viernes, 17 de febrero de 2017

La inalcanzable longevidad de los habitantes de Okinawa.

Los habitantes del archipiélago de Okinawa (Japón) ostentan el record de ser los más longevos del planeta. El número de centenarios excede el de cualquier comunidad de los cinco continentes. Además, no sólo tienen el mayor número de mujeres y hombres centenarios sino que el grado de salud  en esas edades es el mejor del mundo.
La prevalencia de enfermedades tumorales es la más baja del mundo. Sus mujeres tienen 5 veces menos tumores de mama en relación a otras civilizaciones y culturas, mientras que en los hombres el cáncer de próstata es 5 veces inferior en relación a otras comunidades. Cifras parecidas de incidencias tumorales se dan en el cáncer de ovario o de colon. Pero, además, las enfermedades neurodegenerativas, demencias, trastornos de memoria, etc., son notablemente inferiores a las que se observan en el resto del Japón. También hay menos osteoporosis y, por tanto, menos fracturas óseas. Por lo que respecta a las enfermedades cardiovascular y más concretamente al infarto de miocardio y al ictus, los habitantes de Okinawa ostenta el record más bajo del mundo.
En 1970 el gobierno japonés puso en marcha diversos estudios clínicos tratando de averiguar las causas de este fenómeno tan poco común. Gracias a este Estudio de los centenarios de Okinawa dirigido por el profesor Makoto Suzuki, se sabe que el “secreto” de esa longevidad es el estilo de vida que llevan sus habitantes.
Si así de fácil fuera, todos seguiríamos el estilo de vida de Okinawa para vivir muchos más años, pero su puesta en marcha no resulta tan sencillo como a priori pudiera parecer. Los habitantes de ese archipiélago no sólo llevan una vida “distinta y mejor” sino que lo hacen desde tiempos inmemoriales: Comen de un modo distinto, beben diferente, respiran y se relajan de una manera que nada tiene que ver con la nuestra y hasta piensan y meditan sobre unos conceptos místicos que poco o nada tienen que ver con nuestro modo de ver el mundo y sus circunstancias.


Pero es posible que tan sólo conociendo por la lectura el “milagro de Okinawa” podamos cambiar nuestro estilo de vida de la noche a la mañana. Habría que acudir a aquel archipiélago y mezclarse con sus gentes para adoptar sus normas y costumbres y, ni aun así, muchos lo conseguirían porque ese modo de ser y comportarse ha ido instalándose en su código genético a lo largo de cientos, tal vez miles, de años.
Algunos médicos estudiosos de la longevidad de Okinawa han encontrado, tras muchos años de observación y convivencia, métodos que, sin ser idénticos, reproducen muchos de los comportamientos y modos de vidas de aquellas islas. Y todo ello, sin que haya que trasladarse al archipiélago y sin que sea necesario hablar o escribir japonés.
Un dicho tradicional repetido como un mantra entre los habitantes de Okinawa dice que “el hombre no muere, se mata“. Este aserto terrible es consustancial con la naturaleza humana desde que tenemos consciencia de nuestra propia historia. Pudiera ser que los hombres y mujeres de Okinawa hayan hecho de esta afirmación el objetivo de su lucha y con ello hayan ganado en calidad y cantidad de vida.
Analizando en detalle el estilo de vida de estos seres longevos, se ha llegado a la conclusión de que un ejercicio físico moderado, a veces incluso ligero, una dieta única y muy “de ellos” así como una puesta en práctica de una muy especial filosofía de vida es lo que les ha hecho conseguir el record de la mayor longevidad en este mundo.
Según Craig Willcox, uno de los autores del libro El Programa Okinawa, explica las principales características de su dieta, que incluye una ración de pescado tres veces por semana, verduras, soja, cereales integrales, algas kombu (con altas concentraciones de yodo) tofu, calamares y pulpo. También complementan su dieta con batata morada, rica en carotenoides,flavonoides, vitamina E y licopeno, y pepinos amargos. Es una dieta baja en calorías (en Okinawa es excepcional ver personas obesas, ni siquiera en sobrepeso) no contiene apenas azúcares ni grasas animales pero es muy rica en vegetales.
Son muchos los factores que intervienen en el envejecimiento pero los expertos se han puesto de acuerdo a la hora de señalar a la dieta como el gran responsable del rápido envejecimiento y la muerte prematura. Numerosos estudios han señalado que una reeducación dietética puede alargar la vida hasta en un 30%.
Cuando se han estudiado los hábitos de vida en aquellos lugares del mundo donde se concentra el mayor porcentaje de centenarios –lo que se conoce como ‘zonas azules’– se ha comprobado que comparten ciertos aspectos en su alimentación, y es que en todos los casos sus habitantes llevan una dieta baja en calorías, sin apenas grasas animales, con muchos vegetales, y con el mínimo de azúcares.
Hoy en día, existen muchos “programas dietéticos milagrosos” que carecen de base científica y no hacen sino confundir a las gentes, cuando no, poner en peligro su salud y sus vidas. La nutrición anti-envejecimiento, así como el mantenimiento de la masa muscular operativa, la robustez ósea que prevenga de las fracturas, la elasticidad articular para luchar contra la artrosis, el buen estado cardiovascular para evitar el infarto de miocardio y el ictus con todas sus funestas consecuencias, el modo de vida “anti-cáncer”, el buen funcionamiento cognitivo y neurológico, el desarrollo personal dentro de un marco social y familiar estable, la vida espiritual y contemplativa, el pensamiento positivo, la respiración controlada, la relajación psico-física, la afirmación de sí mismo, la creatividad, la relación con el entorno y el contacto con el desarrollo y el pensamiento científico, son prácticas que han demostrado su fortaleza a la hora de afrontar un modelo de vida sano asociado, como es lógico, a una mayor longevidad.

Todo este conjunto de actividades y actitudes son las que ponen en práctica los longevos de Okinawa y de otras partes del mundo como, por ejemplo los residentes de la isla griega de Ikaria, quienes además complementan su modo de vida con siestas no excesivamente largas, o la de aquellos otros hombres y mujeres de ciertas regiones del Cáucaso quienes introducen la leche fermentada como base típica de su alimentación.

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